jueves, 8 de julio de 2010

reflexión y menstruación

Al despertar de la siesta pudo comprobar que su dolor de ovarios permanecía fielmente pegado a ella.
La droga que había utilizado antes para anestesiarse y dormir
le había ocasionado, además, un gran dolor de cabeza.
No le quedaba más remedio, pues, si quería vivir agradablemente
este lluvioso y femenil día,
que tomarse un espidifén.
Todo lo que esta otra droga tenía de mágica y analgésica,
lo tenía de repugnante.
Se preguntaba, retorcida de dolor y ahora también con ese horripilante sabor ultramentolado bajando por sus entrañas, conteniendo una arcada,
por qué la mente maravillosa que había inventado un medicamento tan eficaz
había tenido que dotarlo de un sabor tan verdaderamente desagradable
y duradero.
Gotas gordas de lluvia iban golpeando el cristal.
Mientras, pensaba en lo ridículo que sería tratar de limpiar la ventana en ese momento
(efectos secundarios de la primera droga)
En cuanto al sádico que inventó el espidifén,
se dijo,
quizá lo hiciera a modo de marcador:
cuando notas que el sabor va desapareciendo de tu boca
es cuando empieza a desaparecer también el dolor.
En cualquier caso, por muy original que esto fuera,
no era necesario.
Una fuerte racha de viento caliente de tormenta de verano
agitaba las plantas del salón;
ese viento que despeina pero no refresca.
Pensó que era hora de cerrar la ventana
o de abrirla del todo,
ahora que ya no le dolía nada.
Lo que tenía claro era que la próxima vez
compraría neobrufén sabor naranja