viernes, 9 de julio de 2010

detalle

no tiene desperdicio la cara de ese niño
aterrorizado (puede que para siempre)
que sube y baja, de mano en mano,
entre la multitud febril,
de una especie de carroza dorada
que se mantiene a lomos de hombres fornidos
que no se sabe si lloran por devoción
o de dolor
por el peso de una estatua virginal
y dos tíos vestidos con túnicas,
mientras una buena señora se desgañita
que viva la virgen de la cabeza.
a dios rogando
(y prendiendo fuego a los cuernos
de un pobre toro)